Un apetito insaciable por los carbohidratos ha acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales, y ahora un reciente estudio sugiere que esta inclinación podría tener raíces mucho más profundas de lo que se creía.
En lugar de ser una adaptación reciente en la era agrícola, los primeros humanos y hasta sus ancestros arcaicos desarrollaron una afinidad especial hacia alimentos ricos en almidón, como raíces y tubérculos, moldeando su genoma en la búsqueda de una mejor digestión y aprovechamiento de energía.
Más allá de la carne
Por mucho tiempo, la narrativa dominante sobre la dieta de los antiguos humanos pintaba una imagen de cazadores dedicados a devorar carne de grandes presas, una dieta proteica que supuestamente impulsó el crecimiento de un cerebro más grande y poderoso.
Sin embargo, estudios arqueológicos recientes han comenzado a cuestionar esta teoría, revelando que la historia es mucho más compleja y rica en matices. Al analizar los restos de bacterias en dientes de antiguos homínidos, se ha hallado evidencia de alimentos vegetales asados, lo que sugiere que estos primeros humanos también recurrían a los carbohidratos para nutrirse.
El gen AMY1
El estudio, publicado en la revista Science, ha sido pionero en rastrear la evolución de un gen humano, conocido como AMY1, que permite a los humanos digerir el almidón transformándolo en azúcares simples que el cuerpo puede absorber fácilmente.
Esta investigación descubrió que la duplicación de copias del gen AMY1 sucedió mucho antes de la aparición de la agricultura, señalando una larga historia de adaptación genética para aprovechar al máximo los carbohidratos en la dieta.
Además, al analizar el ADN de 68 antiguos humanos, el equipo identificó que los cazadores-recolectores de hace unos 45.000 años ya poseían entre cuatro y ocho copias del gen AMY1, mucho antes de que el estilo de vida agrícola reconfigurara las preferencias alimentarias de la humanidad.
Neandertales y denisovanos
La investigación también reveló que la duplicación del gen AMY1 estaba presente en los genomas de neandertales y denisovanos, parientes cercanos de los humanos modernos, que coexistieron y se cruzaron con nuestros antepasados en Eurasia hace decenas de miles de años, lo cual implica que esta característica de duplicación genética fue heredada de un ancestro común a todas estas especies.
Esto indicaría que hace aproximadamente 800.000 años, nuestros antepasados arcaicos ya poseían múltiples copias de AMY1, proporcionando una ventaja evolutiva crucial. La duplicación del gen, probablemente aleatoria en sus inicios, generó una oportunidad genética que facilitó la adaptación a dietas ricas en almidón conforme los humanos exploraban nuevos ecosistemas y requerían fuentes de energía adicionales para su actividad diaria.
A lo largo de los últimos 4.000 años, el número de copias de AMY1 ha aumentado notablemente, favorecido por la selección natural a medida que los humanos hicieron la transición hacia dietas basadas en la agricultura y el consumo de granos. Esta adaptación genética responde a la necesidad de una digestión más eficiente de los carbohidratos, esenciales para satisfacer las crecientes demandas energéticas en la evolución cultural y social de las civilizaciones humanas.
En conclusión, pues, este hallazgo cambia radicalmente nuestra comprensión del papel de los carbohidratos en la evolución humana, mostrando que el deseo por estos alimentos no es solo una preferencia cultural o moderna, sino un rasgo profundamente inscrito en nuestro ADN desde tiempos prehistóricos.
Esto hace que reflexione sobre cómo, a lo largo de la historia, los humanos han ido modificando sus hábitos alimenticios no solo por la disponibilidad de ciertos alimentos, sino también por cómo nuestros cuerpos han evolucionado para aprovecharlos.
¡Qué artículo tan fascinante! Siempre pensé que nuestra atracción por los carbohidratos era algo reciente, influenciado por la modernidad, pero este estudio cambia por completo esa perspectiva. Es impresionante descubrir que nuestra afinidad por los alimentos ricos en almidón tiene raíces tan profundas, incluso en nuestros ancestros arcaicos.