Este trastorno aumenta el riesgo de sarcopenia y fragilidad.
Perder las ganas de comer cuando se sobrepasa la barrera de los 70 años puede parecer normal, lo que hace que se le reste importancia. Sin embargo, la hiporexia, es decir, el trastorno alimenticio que implica la pérdida gradual del apetito en adultos mayores, no es una cuestión banal.
Lo cierto es que cualquier persona puede pasar por un periodo con menor apetencia, pero «se trata de una alteración más frecuente en los ancianos, porque suele darse con el envejecimiento. Algunos estudios hablan de que entre el 20 y el 30% de los mayores presenta pérdida de apetito de forma fisiológica», afirma el doctor Federico Cuesta, jefe de sección de Geriatría del Hospital Clínico San Carlos de Madrid y miembro de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG).
Las razones que están detrás son numerosas, de ahí que se considere «un trastorno multifactorial», tal y como asegura el doctor Cuesta. Por un lado, «puede estar motivado por la pérdida de sensibilidad a los olores y a los sabores, pero también puede ser una consecuencia de la ingesta de determinados fármacos, ya que muchos de ellos impactan en las ganas de comer. Además, influyen los problemas de deglución y la existencia de otras patologías agudas, como infecciones, un cáncer, la presencia de deterioro cognitivo o un problema coronario, sin pasar por alto que los factores de salud mental también resultan determinantes, como la ansiedad, la depresión o la soledad no deseada», relata el portavoz de la SEGG.
El problema reside en que esa falta de apetito se mantenga en el tiempo, lo que puede acarrear graves consecuencias para la salud: «Desnutrición, sarcopenia (pérdida de masa muscular) y fragilidad (pérdida de capacidad de respuesta y adaptación al entorno y a agresiones, entendiendo como tales enfermedades intercurrentes) son los riesgos más comunes, de ahí que, si la falta de apetito es prolongada y se asocia a pérdida de peso, sea necesario buscar su causa y comenzar a tratar la desnutrición que trae consigo», advierte la doctora Carmen Aragón, vocal del Área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN).
A esos nuevos problemas de salud provocados por la falta de alimentación saludable se añade, además, «el riesgo de complicaciones de enfermedades crónicas ya existentes, pues la pérdida de apetito impacta en patologías como la diabetes, la enfermedad renal o la insuficiencia cardiaca», recuerda Cuesta, quien hace hincapié en que, «lo más preocupante es la sarcopenia o pérdida de masa muscular, ya que eso acerca al paciente a la fragilidad, haciéndolo más dependiente y vulnerable».
Esta enfermedad pone de relieve la importancia de detectar y abordar la pérdida de apetito para prevenir complicaciones. Este enfoque integral es clave para garantizar una mejor calidad de vida en esta etapa que abordan las personas mayores.
Es fuerte pensar que algo tan común como perder el apetito en mayores pueda terminar afectando su independencia. Creo que deberíamos estar más pendientes de esas señales porque pueden ser un aviso de algo más serio.