La influencia del cine en la alimentación es innegable. Baste recordar las miles de personas que esperaban en 1990 la apertura del primer McDonald´s en Rusia. Eran colas kilométricas, en el centro de Moscú, e importaba poco que la hamburguesa costara unos 3 rublos, lo mismo que un abono mensual de transporte público.
Que el cine no siempre proyecta la mejor dieta posible es sabido. De hecho, esto se ha extendido a la propia liturgia de ir a ver una película. La influencia americana asoma en cada comercio colindante. Hamburguesas, pizzas, helados, chucherías a granel… Parece que el fast-food hiperglucémico es necesario para disfrutar los entresijos del séptimo arte. Dentro del cine tampoco mejoran las opciones, los menús inflaccionados compuestos de refrescos azucarados y palomitas con exceso de sal y aceite no parecen de recibo.
Algo que le debemos al cine es la naturalización de alimentos foráneos. De forma que el sushi japonés, la picanha brasileña o el ceviche peruano parecen más normales de lo que cabría esperar.
Ya sabemos que lo clásico era poner por las nubes a la cocina francesa o italiana. Pero que un bo bia vietnamita, una weisswurst bávara o un dolma turco sean fáciles de degustar dentro de las opciones gastronómicas de cualquier ciudad dice mucho de la permeabilidad social a los 24 fotogramas por segundo.
Hace ya años
Cuando Chaplin construyó una obra de arte, almorzando un zapato, en la Quimera de Oro de 1925, marcó un camino que muchos siguieron. El resultado ha sido que algunas de las escenas más importantes vistas en el celuloide se ambientaron en torno a una mesa o con algún alimento como protagonista. No me digan que no es genial la escena de ‘El Padrino’ cuando Clemenza dice «deja el arma y toma los cannoli».
Siendo rigurosos, la primera escena la protagonizó uno de los hijos de los hermanos Lumiére cuando fue grabado, en 1895, comiendo ante las cámaras. Pero la mayoría de edad no parece que se alcanzó hasta la oscarizada ‘El festín de Babette’, que pasa por ser la favorita del Papa Francisco.
A esta fiesta se apuntó Disney desde pronto. Recuerden la manzana de ‘Blancanieves y los Siete Enanitos’ o la inolvidable escena, compartiendo un plato de pasta, de ‘la Dama y el Vagabundo’. Pero, sin duda, el mejor de todos fue Remy, la entrañable rata parisina que revoluciona el panorama gastronómico de la ciudad de la luz en ‘Ratatouille’.
En cuestiones de comida, Italia lo sabe hacer como pocas… y a la hora de reflejarlo en sus películas no iba a ser menos. ‘La grande bouffe’ (La gran comilona), de Marco Ferreri, y ‘La cena’, de Ettore Scola, son dos relatos imprescindibles donde la comida vertebra la estridencia y la cotidianidad.
La comida también puede ser la excusa para un nuevo comienzo, como nos enseñó Julia Roberts en ‘Come, reza, ama’. O para un autodescubrimiento tardío como en la muy recomendable ‘Entre Copas’, un divertido largometraje donde dos amigos nos descubren el buen comer y beber (más esto último) del Napa Valley californiano.
Las excentricidades tampoco son ajenas a esta mezcla y el canibalismo no podía faltar. La francesa ‘Delicatessen’ nos hizo dudar de los carniceros, pero mi preferido es Hannibal Lecter y su predilección por el hígado acompañado de habas y un buen Chianti en ‘El silencio de los Corderos’.
En España también se come
La comida no podía faltar en el cine patrio. Esta aparece hasta en títulos clásicos, ya saben, ‘Marcelino, Pan y Vino’ o ‘Jamón, Jamón’. Y en escenas que son historia del séptimo arte a nivel mundial, como la cena irreverente y surrealista que protagonizan un grupo de pobres en ‘Viridiana’, de Luis Buñuel.
También sirve como expresión de problemas internos. Algo que podemos observar en el personaje de Willy Toledo en ‘El otro lado de la Cama’ o en la fenomenal ‘Gordos’. Esta última nos muestra algo no ajeno a la interpretación como son las transformaciones físicas radicales. La del propio Antonio de la Torre en dicha película o la todavía más famosa de Santiago Segura en las diferentes entregas de ‘Torrente’.
Esto es más habitual de lo que parece, y toda una garantía de éxito, cuando uno quiere entrar en la lucha por la entrega de premios. Sólo tenemos que ver el último Oscar a mejor actor para Brendan Fraser por ‘La Ballena’ o el Oscar a mejor actriz de Charlize Theron por ‘Monster’. Sin olvidar la increíble transformación de Robert De Niro en ‘Toro Salvaje’, que también mereció la estatuilla.
Desde el punto de vista nutricional, no es nada recomendable internarse en estos experimentos donde puede estar en juego mucho más que la apariencia física y las más que seguras estrías. Cambios metabólicos permanentes o índices clínicos estresados que pueden, incluso, poner en riesgo la vida del protagonista. Recordemos el famoso documental ‘Super Size Me’. Pero para estrés, el del nutricionista de Christian Bale, que ha ganado y perdido unos 275 kilos en los diferentes papeles que ha interpretado.
La alimentación ha sido protagonista, desde el inicio, en el cine. A veces con papeles protagonistas o secundarios y otras simplemente de atrezo. Lógicamente, una de las expresiones más vitales del ser humano no podía prescindir de una de las funciones que nos define como seres vivos. Ya sea en su faceta más ejemplificante o todo lo contrario.
https://www.diariosur.es/sociedad/salud/alimentacion-en-el-mundo-cine-20230316175041-nt.html
Me parece muy interesante cómo el cine ha influido en nuestra percepción de la alimentación y en la cultura gastronómicas. Es fascinante ver cómo ciertos platos se han vuelto icónicos gracias a su representación en la pantalla grande. ¡Una mezcla perfecta de arte y gastronomía!