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El ozono también amenaza las cosechas
La seguridad alimentaria, es decir, la disponibilidad y el acceso a los alimentos básicos, no solo dependerá de cómo se gestionan los efectos del cambio climático en las cosechas. Además del calentamiento, también habrá que tener en cuenta la contaminación, en concreto la del ozono troposférico.
De ello alertan investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), que publican en la revista Nature Climate Change cómo este tipo de contaminación puede, en los países en desarrollo, aumentar del 17% al 27% el porcentaje de malnutrición.
El ozono es un gas muy oxidante capaz de dañar a las especies vegetales. Muchos estudios se habían ocupado de los efectos del cambio climático en la producción agrícola, pero no se había estudiado este factor combinado con la contaminación ambiental, aseguran los autores del trabajo. El calentamiento podría reducir las cosechas globales en un 10% en 2050. Para entonces se estima que las necesidades de comida se incrementarán en un 50% debido, entre otras cosas, al crecimiento de la población, recuerdan.
Los autores estudiaron las predicciones de temperatura y contaminación, elaboraron dos posibles escenarios -uno más optimista y otro más pesimista- y sus futuros efectos en la producción de trigo, arroz, maíz y soja. «Los efectos de la contaminación por ozono dependen mucho del escenario», escriben. En el pesimista, con una contaminación por ozono es muy alta, las cosechas mundiales se reducirían un 3,6% de media.
Existen muchas diferencias en función del tipo de cosecha y la región. En el sudeste asiático, por ejemplo, donde los dos escenarios predicen más ozono, la producción de trigo podría caer un 40%. La producción de arroz y maíz en China es muy sensible al ozono. En cambio, el maíz, en zonas como Estados Unidos, Europea y Suramérica, así como la soja en Suramérica, acusan más los efectos de la temperatura. Los autores del estudio insisten en que es necesario adaptarse: reduciendo la contaminación y plantando cultivos que se adapten a temperaturas más altas.
https://biotech-spain.com/es/articles/el-ozono-tambi%C3%A9n-amenaza-las-cosechas
Cómo el cambio climático afecta a la calidad de los embutidos y el aceite de oliva
El maestro charcutero Xesc Reina recrea los inviernos del pasado para luchar contra las problemáticas que derivan de la sequía y que afectan a sus productos
“La comida es el medio más poderoso del que disponemos para pensar y actuar juntos a fin de crear un mundo mejor (…) la herramienta más potente para transformar nuestra vida”. Así se expresa Carolyn Steel en Sitopía(Capitán Swing, 2021), que sostiene que vivimos en un mundo condicionado por la comida y diagnostica, implacable, que muchos de los grandes desafíos contemporáneos, como el cambio climático, obedecen al hecho de que no valoramos la comida como se merece.
Precisamente, la crisis climática actual pone en jaque la producción estable y segura de alimentos. Entre ellos, las grasas, amadas y odiadas, vegetales o animales, son un nutriente necesario para la vida humana, cuya obtención podría dificultarse a causa del cambio climático, ya que sus efectos sobre el planeta tienen consecuencias directas sobre nuestra alimentación. “La sequía, que se prevé que aumentará en todo el mundo, complica el cultivo de vegetales y forrajes”, afirman A. Nardone, B. Ronchi, N. Lacetera, M.S. Ranieri y U. Bernabucci, científicos del Departamento de Producción Animal de la Universià della Tuscia, en Viterbo.
Todo ello repercute tanto en la obtención de grasas vegetales como en la cría de ganado, especialmente, el de régimen intensivo. “Las altas temperaturas perjudican la producción (el crecimiento, la producción de carne y de leche y su calidad, la producción de huevos, el peso y su calidad), así como la actividad reproductiva y el estado metabólico y de salud, y la respuesta inmune de los animales”, señalan los autores. En definitiva, tanto los aceites obtenidos a partir de semillas o aceitunas como la grasa generada por los cuerpos animales podrían reducir su volumen e incluso empeorar su calidad. Y de todos los alimentos que contienen grasas, en España se rinde devoción por dos: los embutidos y el aceite de oliva.
“Las grasas se están fundiendo cuando no se tienen que fundir”, explica el maestro charcutero Xesc Reina, de Can Company (Mallorca), que este año publicará su tratado de charcutería, Puerca miseria (Col&Col, 2024). “El clima comporta alteraciones en el producto, ya que hace calor cuando debería hacer frío. En enero, nos levantamos con 3ºC, y al mediodía ya estamos a 21ºC, lo que significa que las grasas que se funden se escapan del embutido y no vuelven atrás. Sería como intentar volver a meter el zumo exprimido en una naranja”. Lo que podría parecer una mera merma tiene mayor importancia: “en el caso de las sobrasadas, pierden su alma, contenida en esas grasas, y esto afecta a su maduración”.
Las grasas de los embutidos, dice Reina, tienen funciones vitales para el correcto desarrollo del producto porque, aparte de dar sabor —“los aromas más potentes están en la grasa, que es un transmisor de sabor”, recuerda el artesano—, ocupan un espacio y lo sellan. “Cuando la grasa se exuda por aumento de la temperatura, deja vacíos en el producto y permite la entrada de oxígeno, que puede oxidar las otras grasas menos solubles que permanecen en el embutido, enranciándolo”.
Para luchar contra las problemáticas que derivan del cambio climático y que afectan a sus embutidos, Reina hace lo siguiente: “me invento los inviernos”. Tras estudiar con detenimiento la situación actual, ha echado la vista atrás para comprender cómo se hacían antes los embutidos. “Intento saber cómo eran los inviernos del pasado, con tres o cuatro meses de frío intenso, bajo qué temperaturas se desarrollaban los embutidos, y lo recreo, porque diciembre ya no existe, porque ya no me fío del clima actual, a pesar de que en ocasiones me lo plantee un reto imposible que estimula mi ingenio”.
En el caso del aceite de oliva, el especialista en oleicultura, Agustí Romero, investigador en el Instituto de Investigación y Tecnologías Alimentarias (IRTA), explica que el cambio climático ya está afectando a la producción y obtención de grasas vegetales como el aceite de oliva. “Provoca desajustes y en el caso del olivo existen dos efectos principales: la falta de agua y el aumento de la temperatura”. Así lo demuestran los datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación sobre la última campaña de aceite de oliva, un 34% por debajo de las últimas cuatro, con una producción de hasta un 40% inferior de la media en Andalucía, la región que produce el 70% de oliva español. “La situación climática de los últimos meses es el principal condicionante de la producción prevista”, evaluó entonces el ministro Luis Planas.
Por un lado, pese a que popularmente se considere que el olivo es un cultivo de secano que no necesita agua, no es exactamente así. “Según la disponibilidad de agua en la zona donde se cultiva, el olivo puede ser de secano o de regadío. En Cataluña, tres cuartas partes de los olivos son de secano, pero el 60% de la producción de oliva se la debemos a los olivos de regadío. Como árbol, el olivo aguanta la sequía, pero se vuelve menos productivo. Sufrirán sobre todo los árboles más jóvenes por sus cortas raíces”, explica Romero.
Por el otro, el exceso de temperatura en determinados momentos del ciclo de la planta se transforma en problemas severos: “si la temperatura aumenta en plena floración, cuando la flor debe abrirse, hará que se seque y no pueda fructificar. Del mismo modo, si la temperatura es demasiado alta cuando el aceite se está sintetizando en la oliva, puede resultar en una aceituna con muy poco aceite”.
“El cambio climático seguirá afectando el volumen de aceite total disponible en el mercado, que será cada vez menos, lo que significa que los precios subirán”, dice Romero. Además, el gran trabajo que los tratantes de aceite españoles han hecho en los últimos años, abriendo nuevos mercados, podría volverse en contra de las necesidades de la población nacional: “no podrán dejar desabastecidos a esos nuevos clientes”.
El experto valora que el cambio climático también afecta y afectará a los cultivos de colza, que ha aumentado mucho en los últimos años en España, así como a los de girasol. Valora que para sustituir las grasas que escaseen y se encarezcan, los consumidores más pudientes reducirán los aceites y cambiarán su dieta porque les será más fácil hacerlo que los que tengan menos recursos, que sustituirán un aceite por otro. No considera que las grasas animales, como la manteca, lleguen a ocupar el papel que tienen hoy los aceites.
La alimentación afecta al cambio climático
Para realizar la investigación los investigadores redujeron la cantidad de carne roja y procesada a la vez que duplicaron el consumo de frutas y verduras. Su conclusión: las dietas más sanas podrían contribuir a reducir hasta en un 17% las emisiones de gases de efecto invernadero en Estados Unidos.
«Somos lo que comemos», reza un conocido dicho popular según el cual la dieta que seguimos tiene consecuencias directas en nuestra salud. Pero seguir una dieta sana es, además, una forma eficaz de cuidar el medio ambiente, al reducir la huella hídrica y de carbono causada no solo por la producción de alimentos, sino también por la reducción de los gastos sanitarios derivados de su consumo inadecuado.
Investigadores de la Universidad de California en Santa Bárbara analizaron los potenciales efectos que una dieta sana tiene no solo para la salud de los estadounidenses, sino también para la del planeta. Según datos del estudio, en Estados Unidos el sector alimentario es responsable de aproximadamente un 30% del total de emisiones de gases de efecto invernadero del país. La causa es la alta proporción de alimentos de origen animal presentes en la dieta media de los estadounidenses, quienes suelen consumir gran cantidad de carne roja y productos procesados en detrimento de frutas y verduras. Una alimentación poco saludable que se calcula es responsable del repunte de enfermedades cardiovasculares y del alto índice de los casos de obesidad y diabetes, enfermedades que causan al país un gasto anual 3 billones de dólares (unos 2,8 billones de euros), o lo que es lo mismo, el 30% de todo el gasto sanitario del país.
Menos carne roja y más frutas y verduras
Los científicos modificaron la dieta media de un grupo de estadounidenses (de unas 2.000 kilocalorías al día), reduciendo la cantidad de carne roja y procesada y duplicando el consumo de frutas y verduras. A través de modelos matemáticos, cuantificaron los beneficios que tenían para la salud y el medio ambiente. La conclusión: una alimentación sana reducía entre un 20 y un 40% de infartos de miocardio, cáncer colorrectal y diabetes de tipo 2, lo cual se traducía en una reducción de los costes sanitarios de 77.000 a 93.000 millones al año y en una disminución de entre 222 y 826 kilogramos de gases contaminantes por persona y año.
«Cambiando únicamente la mitad de la dieta comprobamos los efectos para la salud y para los costes sanitarios», afirma Cleveland. En términos de políticas medioambientales, según el investigador, las dietas más sanas podrían contribuir a reducir hasta en un 17% las emisiones de gases de efecto invernadero en Estados Unidos . El investigador concluye que la importancia del estudio estriba en la demostración de la importancia de la alimentación en los programas de mitigación del cambio climático y la necesidad de tener en cuenta los factores medioambientales en la regulación del sector alimentario.
El papel de las proteínas alternativas en la creación de un sistema alimentario sostenible
En las últimas décadas, la sostenibilidad se ha convertido en un factor crucial dentro del sistema alimentario global. Las preocupaciones sobre el cambio climático, la degradación ambiental y la seguridad alimentaria impulsan la búsqueda de alternativas que puedan mitigar estos problemas. Una de las soluciones más prometedoras es la adopción de proteínas alternativas.
La producción de proteínas alternativas no sólo tiene beneficios en cuanto a nutrición y sustentabilidad, sino también desde el enfoque económico. Es por eso, que muchas compañías que producen alimentos y bebidas de origen tradicional están diversificando sus operaciones e incursionando en la producción de proteínas alternativas.
Las proteínas de origen vegetal, como legumbres, granos, nueces y semillas, son claves para una alimentación sustentable. También las proteínas derivadas de las algas. Y ya las que están siendo desarrolladas a través de la biotecnología, como las proteínas cultivadas en laboratorio, tienen el potencial de ser sostenibles debido a su menor impacto ambiental.
El impacto de las proteínas alternativas en la sostenibilidad del sistema alimentario es significativo. En primer lugar, al reducir la dependencia de la ganadería intensiva, estas proteínas pueden contribuir a una disminución sustancial de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Un estudio realizado por la Universidad de Oxford sugiere que si el mundo adoptara una dieta basada en proteínas alternativas, se podrían reducir las emisiones de carbono en un 25% para 2050. Además, pueden ayudar a preservar la biodiversidad al reducir la necesidad de convertir hábitats naturales en tierras agrícolas. Esto es especialmente importante en regiones como la Amazonía, donde la expansión de la ganadería es una de las principales causas de deforestación.
El impacto ambiental de la producción agrícola es bastante, en estos momentos realmente el sistema alimenticio necesita muchísimos recursos como agua, espacio, animales… Las proteínas de origen vegetal y las de microorganismos, requieren significativamente menos agua y tierra para producirse en comparación con la carne tradicional. Esto es crucial en un contexto de cambio climático, donde el acceso a recursos como el agua dulce se está volviendo cada vez más limitado.
A pesar de sus numerosos beneficios, la adopción generalizada de proteínas alternativas enfrenta varios desafíos. Uno de los principales es la aceptación del consumidor. Aunque las actitudes están cambiando, muchos consumidores aún prefieren la carne tradicional, y algunos son escépticos sobre el sabor, la textura y la seguridad de las proteínas alternativas.
Además, la regulación y la infraestructura para apoyar la producción y distribución de proteínas alternativas están en desarrollo.
Sin embargo, las oportunidades son inmensas. La inversión en investigación y desarrollo está creciendo, y grandes empresas alimentarias están comenzando a integrar proteínas alternativas en sus líneas de productos. Esto, combinado con un creciente interés por parte de los consumidores en opciones alimentarias sostenibles, indica que estas proteínas están bien posicionadas para desempeñar un papel crucial en el futuro de la alimentación global.
Proteínas alternativas, clave para un sistema alimentario sostenible (thefoodtech.com)