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Los niños nacidos bajo el racionamiento de azúcar de la Segunda Guerra Mundial fueron adultos más sanos
Un estudio muestra que quienes nacieron durante las restricciones tuvieron un 35% menos de diabetes y un 20% menos de hipertensión.
Las recomendaciones dietéticas dicen que los bebés, desde su concepción hasta cumplir dos años, no deben consumir azúcares añadidos. Sin embargo, las embarazadas suelen doblar el porcentaje de consumo de azúcar recomendado y la mayoría de los bebés consumen algún tipo de comida o bebida edulcorada a diario. Algunos críticos afirman que este tipo de recomendaciones se basan en estudios de poca calidad o demasiado breves. Para superar esas limitaciones, un equipo liderado por Tadeja Gracner, de la Universidad del Sur de California, ha utilizado la información generada por un experimento natural sucedido poco después de la Segunda Guerra Mundial, cuando, desde el final del conflicto hasta 1953, el racionamiento eliminó el azúcar de la dieta de los británicos, incluidos niños y embarazadas.
El equipo utilizó datos de un biobanco de 60.183 individuos nacidos entre octubre de 1951 y marzo de 1956, comparando la evolución de la salud de los concebidos antes y después del fin del racionamiento de azúcar en 1953. Durante el racionamiento, los adultos podían consumir hasta 40 gramos, la mitad que el consumo medio actual, y los menores de dos años no recibían nada. En un estudio que se publica hoy en la revista Science, observaron que, con el paso de los años, la restricción de azúcar durante los primeros 1.000 días de vida redujo el riesgo de desarrollar diabetes e hipertensión durante la vida en aproximadamente un 35% y un 20%, respectivamente, y retrasó el inicio de estas enfermedades en unos 4 y 2 años. El efecto protector fue más intenso para los que vieron restringida su exposición al azúcar tanto en el útero como en los meses posteriores al nacimiento. Los autores calculan que el 30% de la reducción de riesgo de enfermedad se debe atribuir a la exposición o no durante la gestación.
Aunque el trabajo no demuestra una causalidad entre el consumo de azúcar durante los primeros meses de vida y la protección frente a enfermedades, la observación del vínculo fortalece las razones para recomendar limitar el consumo de esta sustancia. Los autores del estudio ofrecen posibles explicaciones a sus resultados. Por un lado, tal y como se sugiere en la hipótesis del origen fetal de las enfermedades adultas, el consumo o no de azúcar de la madre puede cambiar la programación fisiológica del bebé desde el útero. “Nuestros hallazgos sobre el efecto del azúcar en el útero coinciden con los resultados de estudios en animales, que demuestran que las dietas con mucho azúcar durante el embarazo incrementan los factores de riesgo de diabetes tipo 2 e hipertensión […] o los estudios en humanos que demuestran una asociación entre una dieta rica en azúcar durante el embarazo y la lactancia y el riesgo de obesidad del niño”, escriben Gracner y sus colegas. Una segunda posibilidad es que saborear el azúcar al principio de la vida condicione para siempre nuestro gusto por lo dulce, como proponen algunos estudios. Si esto fuera así, se debería reflexionar sobre los efectos de que alrededor del 70% de productos para niños tengan azúcares añadidos, ya sean bebidas, leche de fórmula u otros alimentos.
Una de las dificultades para obtener conclusiones definitivas respecto a los efectos de medidas dietéticas aisladas es que no se puede tener a cientos o miles de humanos dentro de un entorno controlado durante décadas en las que se les da de comer solo lo que los experimentadores desean. Por eso, se utilizan métodos para aproximarse a la realidad, comparando los resultados de estudios observacionales en humanos con otros más controlados en animales. En este sentido, el efecto de consumir menos azúcar en los primeros meses de vida fue mayor en la reducción del riesgo de diabetes tipo 2 en mujeres que en hombres, una diferencia por sexos que ha aparecido también en varios estudios con animales. Además, el racionamiento de azúcar redujo el riesgo de obesidad, que incrementa el riesgo de enfermedades del corazón y metabólicas y sugiere una posible explicación biológica a los problemas producidos por el azúcar.
Gracner considera que “a medida que se intensifican las conversaciones sobre políticas como el impuesto al azúcar o a las bebidas azucaradas, o la regulación de los azúcares añadidos en los alimentos para lactantes o niños pequeños y su comercialización, comprender la relación directa entre el consumo de azúcar en etapas tempranas de la vida y las enfermedades crónicas es fundamental”. “Nuestros resultados contribuyen a este debate al vincular el azúcar con la salud y subrayar la importancia de la dieta en los primeros años para gestionar el riesgo de enfermedades metabólicas a largo plazo”, concluye.
El experimento natural del racionamiento tras la Segunda Guerra Mundial tiene similitudes con otro que tuvo lugar en Cuba entre 1991 y 1995. Entonces, durante el conocido como Periodo Especial, la falta de asistencia soviética tras la caída del imperio rojo dejó a la isla caribeña en una profunda crisis. Se cuenta que las bañeras de La Habana se utilizaban para criar cerdos, para ocultarlos. De consumir 3.000 calorías diarias por persona, los cubanos pasaron a tomar unas 2.200. Contra su voluntad, comenzaron a caminar más o utilizar la bicicleta porque no había combustible para propulsar los automóviles. Los habitantes de la isla recuerdan aquel periodo con el mismo cariño que los británicos la posguerra, pero, según un estudio que se publicó en la revista British Medical Journal,aquel plan radical de dieta y ejercicio mejoró la salud de los cubanos y su esperanza de vida.
Aquel resultado mostró que los cambios importantes en los hábitos que tienen mayores efectos sobre la salud no pueden ser una suma de decisiones individuales correctas. “Debe producirse en el entorno, que no tenga que tomar yo la decisión de elegir entre un alimento con mucha sal y uno con poca cada vez que voy a comer, porque eso no va a funcionar”, explicaba entonces Manuel Franco, autor del estudio. Algunos epidemiólogos como Franco plantean que es necesario que haya políticas que hagan, al menos hasta cierto punto, que estas decisiones, como sucedió con el racionamiento del azúcar, estén tomadas. Otro dilema es si, igual que se nos prohíbe consumir heroína o conducir a 200 y sin cinturón, es legítimo que el Estado nos obligue a comer sano.
La peor fruta para la diabetes (y alternativas recomendadas)
Probablemente, has leído o escuchado alguna vez que existen frutas prohibidas para las personas diabéticas. Pero esta afirmación no es del todo correcta.
Es cierto que hay una relación entre el consumo de algunos alimentos y los valores de glucosa en sangre y alguna fruta se debería tomar con moderación. No obstante, la fruta aporta muchos beneficios para la salud y no debería faltar en la dieta para diabetes.
Aquí algunos ejemplos de las que se pueden clasificar como las peores frutas para diabéticos por su alto contenido en azúcar.
- Caqui: es una fruta muy dulce que puede aumentar los valores de azúcar en sangre rápidamente.
- Higos: es otra opción rica en azúcares naturales que pueden representar un riesgo para una persona con diabetes cuando se toma sin control.
- Plátano: esta fruta rica en nutrientes contiene un alto porcentaje de carbohidratos y su contenido en azúcar aumenta a medida que madura, por lo que debería tomarse con moderación si se padece diabetes.
- Uvas: es una de las frutas que se recomienda tomar con moderación porque contiene mucha azúcar y puede aumentar rápidamente los valores de glucosa en sangre.
- Fruta deshidratada: hay que tener en cuenta que el proceso de deshidratación aumenta la concentración de azúcar, por lo que hay que aprender a gestionar bien el consumo de este tipo de fruta en la dieta. Además, es clave optar por fruta deshidratada sin azúcar añadida, elegir fruta deshidratada como fresas, ciruelas, peras y otras frutas con menor contenido en azúcar natural. Combinar el consumo de la fruta deshidratada con alimentos de bajo índice glucémico también ayuda a evitar picos de azúcar en sangre.
- Fruta en almíbar: la fruta enlatada es menos recomendada porque suele contener azúcares añadidos y otros aditivos y conservantes.
En definitiva, la fruta no es un alimento prohibido en la dieta para la diabetes. Eso sí, hay que saber que existen frutas más o menos convenientes y aprender a gestionar su consumo para reducir al máximo el riesgo de picos de glucosa en sangre.
Fuente: https://www.fiatc.es/blog/post/la-peor-fruta-para-los-diabeticos-
Hora de comer!!!!
Confirmado: La hora del día en la que comemos es crucial para nuestra salud
Un hallazgo revolucionario revela cómo la hora del día en que comemos afecta profundamente nuestra salud metabólica, más allá de las calorías o el peso.
Periodista especializado en temas de ciencia, naturaleza, tecnología y salud
Actualizado a 20 de noviembre de 2024, 10:16Guardar
Un reciente estudio liderado por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) en colaboración con la Universidad de Columbia ha puesto en evidencia un hecho que antes solo intuíamos: la hora en que consumimos nuestros alimentos puede ser tan crucial como la cantidad o calidad de lo que comemos.
Publicado en la prestigiosa revista Nutrition & Diabetes, del grupo Nature, este trabajo demuestra que ingerir más del 45% de las calorías diarias después de las 5 de la tarde altera significativamente los niveles de glucosa en sangre, lo que desencadena riesgos graves para la salud, independientemente del peso corporal o la cantidad de grasa de cada individuo.
Comer tarde: un enemigo silencioso de la salud
El estudio, realizado en el Irving Medical Center de la Universidad de Columbia en Nueva York, contó con la dirección de Diana Díaz Rizzolo, investigadora postdoctoral y experta en obesidad, diabetes y envejecimiento. Según explicó, mantener altos niveles de glucosa durante períodos prolongados puede incrementar el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, causar daños en los vasos sanguíneos, potenciar la inflamación crónica y agravar el daño cardiovascular y metabólico.
Hasta ahora, la creencia predominante asociaba las cenas tardías principalmente al aumento de peso, vinculado a elecciones alimenticias menos saludables. Sin embargo, este nuevo hallazgo va más allá, demostrando que incluso con dietas controladas en cantidad y calidad, la hora en que se ingieren las comidas puede alterar el metabolismo de la glucosa.
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Los efectos del azúcar
Un experimento revelador
El estudio incluyó a 26 participantes entre 50 y 70 años, todos con sobrepeso u obesidad y prediabetes o diabetes tipo 2. Los niveles de tolerancia a la glucosa de los participantes fueron comparados, dividiéndolos en dos grupos: los «comedores tardíos», que comían al menos el 45% de sus calorías diarias después de las 5 de la tarde, y los «comedores tempranos», que comían la mayor parte antes de esa hora.
Díaz Rizzolo explicó que este fenómeno está profundamente ligado al ritmo circadiano. Durante la noche, nuestro organismo reduce la secreción de insulina y la sensibilidad de las células a esta hormona disminuye, lo que dificulta la metabolización de la glucosa. Este reloj interno, regulado por un «reloj maestro» en el cerebro, sincroniza los procesos metabólicos con las horas de luz y oscuridad, afectando directamente nuestra salud cardiometabólica.
En palabras de la investigadora, “hasta ahora, las decisiones alimenticias se basaban en dos preguntas clave: cuánto comemos y qué alimentos elegimos. Este estudio introduce un tercer factor igual de importante: cuándo comemos”.
Recomendaciones prácticas
A partir de estos resultados, Díaz Rizzolo sugiere priorizar las comidas más calóricas durante las horas de luz, especialmente en el desayuno y el almuerzo, y evitar alimentos ultraprocesados o ricos en carbohidratos por la noche.
Aunque se requieren más investigaciones para comprender plenamente los mecanismos implicados, el estudio ya resalta una pauta clara: comer temprano no es solo un consejo tradicional, sino una necesidad respaldada por la ciencia.
Hierro hemo, carne y diabetes tipo 2, ¿cuál es la relación?
El hierro hemo tiene buena prensa, pero también tiene una cara menos conocida, la de los riesgos para la salud que la ciencia está estudiando
A mediados de agosto se publicó un estudio que cuenta que el hierro hemo, presente en la carne roja y otros productos de origen animal, se vincula significativamente con un mayor riesgo de sufrir diabetes de tipo 2. No es algo nuevo, pero es poco frecuente que el tema salte de los círculos profesionales a los medios generalistas, como ha sucedido en este caso.
Al leerlo, a muchas personas les ha extrañado esa relación del hierro hemo con la diabetes, que quien más quien menos la considera ligada al consumo excesivo de azúcar, pero ¿al hierro? ¿A la carne? ¿Qué tiene que ver?
Hierro hemo: lo que ha ido cambiando
El hierro hemo también tiene, como decíamos, una cara B, y es que se trata de un importante compuesto oxidativo, y ese estrés oxidativo que causa desemboca en inflamación y daños en el ADN al asociarse a radicales libres. Por ello se vincula a mayor riesgo de numerosas patologías: aterosclerosis, cáncer, endometriosis… Y diabetes de tipo 2.
Ese poder oxidativo del hierro hemo, en un contexto de ingesta baja de productos de origen animal, no resulta un problema porque está en niveles manejables. Pero cuando estamos en una situación como la actual, donde la ingesta es muy elevada (no solo diaria, sino de varias veces al día), puede volverse en nuestra contra. Mientras que nuestro organismo sí tiene mecanismos para regular la absorción del hierro no-hemo, y además se ve afectado por otros componentes de la dieta que reducen o potencian su absorción, el hierro hemo se absorbe sin esa regulación, y una presencia alta en la dieta aumenta los depósitos y por ende ese estrés oxidativo que comentábamos.
Hace unos días, ha visto la luz un nuevo metaanálisis que investiga específicamente la relación entre el consumo de carne y el riesgo de diabetes tipo 2 en 31 cohortes de 20 países, en las que participaron cerca de dos millones de personas, con un seguimiento medio de diez años. Según este trabajo, el consumo de 50 gramos de carne roja procesada al día o de 100 gramos de carne roja no procesada se asocia a un 15% más de posibilidades de desarrollar diabetes de tipo 2, mientras que con la carne blanca el riesgo aumenta un 8%. Todo ello respecto a una persona que no consuma carne. El estudio identifica varios factores que explicarían esta relación, siendo uno de ellos el contenido en hierro de la carne.
Si se tiene todo esto en cuenta, seguir dando el mensaje simplista de que el hierro hemo es bueno porque se absorbe mejor y malo el de los alimentos de origen vegetal, y alentar sobre esa premisa a consumir más carne, es un consejo que no está bien adaptado a la evidencia científica. Y no solo por esta razón.