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Con la cultura también se come
En 2010, la Unesco declaró la gastronomía mediterránea patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, lo que implica situar a la cocina en el mismo lugar que la lengua, la literatura, la música o la artesanía. Esquivar el hecho de que tras una variedad de uva, una raza de oveja o una receta hay una intervención remota, oculta bajo capas de tiempo, que ha propiciado que sean de esa y no de otra manera determinada, silencia su importancia ancestral, menospreciando su vigencia como fragmento patrimonial de la comunidad que las preserva.
No obstante, considerar la comida como cultura es una idea reciente, coetánea de otro suceso insólito, consistente en rebasar la creencia histórica de que si nutre, es alimento. Hoy día masticamos cosas que colman necesidades que se desentienden de ese aspecto nutricional. Todo ello en un momento en que las tradiciones culinarias pesan cada día menos y las costumbres cambian con más agilidad que antes.
A lo largo de los siglos, lo que caía en el plato ha ido mutando con la incorporación de nuevos ingredientes y métodos técnicos que han desplazado los códigos referenciales que vibraban en la memoria colectiva. Se tiende a pensar que los hábitos culinarios varían poco, que están sujetos al paladar con pernos ancestrales. Sin embargo, la evidencia prueba que en muchos lugares las materias primas básicas imperantes no son las mismas que se consumieron hace tan solo unas décadas.
En el último siglo, se ha pasado de llevar una dieta austera, a base de pan, patatas y leguminosas, a otra mucho más variada, con presencia de carne, lácteos, huevos y azúcar. Basta señalar cómo en nuestros días un pote gallego no se concibe sin compango, si bien en los textos de principios de siglo XX firmados por Emilia Pardo Bazán y Manuel María Puga y Parga se describen varias recetas de caldos gallegos sin condimento cárnico alguno.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en sus siglas inglesas), en los últimos cien años, en el planeta se han perdido cerca de mil razas de animales domésticos que en el pasado se producían para consumo humano, lo que prueba que el proceso evolutivo se ha fundamentado en el cambio de cantidad por calidad, genética, al menos. Un pulso alentado por la modificación de los modos de vida, los nuevos comportamientos de los consumidores, el recorte del gasto en alimentación, la concienciación con la sostenibilidad del planeta y el surgimiento de nuevas tendencias que dibujan un horizonte de proteínas cultivadas en laboratorio, promovido por firmas de capital riesgo que huelen negocio venidero mientras la FAO alerta de la trascendencia de preservar la riqueza de una diversidad que la biotecnología no podrá remplazar.
Fuente: https://elpais.com/gastronomia/2023-12-02/con-la-cultura-tambien-se-come.html
Pescado de acuicultura: clave para el futuro de la dieta mediterránea y de nuestra salud
Ancel Keys es el nombre de un biólogo estadounidense que seguramente no le suene a la gran mayoría de la población. Él fue el responsable, a finales de los años 50, de demostrar al mundo los beneficios para la salud de uno de los grandes buques insignia de nuestra cultura: la dieta mediterránea. Paradójicamente, tuvo que ser un señor de la fría Minnesota quien acuñó en la vieja Europa el término que define no solo lo que comemos, sino también el estilo de vida y las tradiciones culinarias que nos caracterizan desde la época de los fenicios. Su tratado epidemiológico, El estudio de los siete países, demostró que el tipo de alimentación de la cuenca mediterránea estaba estrechamente asociado con un menor riesgo de enfermedad coronaria y, en consecuencia, con una alta esperanza de vida.
Aquello fue el pistoletazo de salida para una infinidad de estudios que vendrían después y que han corroborado la vinculación de este patrón alimenticio con la reducción de la mortalidad: disminuye el riesgo de obesidad y el síndrome metabólico, rebaja la tensión arterial y los niveles de colesterol, previene el envejecimiento celular y el deterioro cognitivo, fortalece el sistema inmune, la masa ósea y un larguísimo etcétera de beneficios para la salud. Pero el mejor legado de Ancel Keys fue sin duda predicar con el ejemplo: fiel a los hábitos que eran objeto de sus investigaciones, aplicó a su vida todo lo aprendido y falleció mientras dormía recién cumplidos los 101 años.
Tres o cuatro raciones a la semana, el mejor hábito
Uno de los grandes secretos de aquel estudio emergía precisamente de ese Mare nostrum (literalmente, “mar nuestro”) que acaricia la península Ibérica y que daba nombre al patrón alimentario más saludable del planeta. El consumo de pescado, fuente de proteína de alta calidad y de gran digestibilidad, repleto de grasas saludables (omega-3), vitaminas y minerales, se convertía en el gran pilar de esta dieta.
La rotundidad con la que los resultados de las investigaciones científicas demostraban la estrecha vinculación de este alimento con el incremento de la esperanza de vida (ya se sabe, en Japón, ejemplo de longevidad en la población, el pescado es algo más que un alimento) convenció incluso a la OMS, que respondía recomendando el consumo de tres o cuatro raciones de pescado por semana (dos de ellas, de pescado azul).
Aquí precisamente hay que hacer un parón para darle un tirón de orejas a los españoles. En los últimos años el consumo de pescado ha descendido notablemente (un 30% en una década, según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación) y sobre todo entre las generaciones más jóvenes, un mal hábito que urge remediar. Recuperar las tres o cuatro raciones semanales que recomienda la OMS proporcionará sin lugar a duda el mejor seguro de vida para la población.
Un estilo de vida que nos aporta bienestar
La dieta mediterránea no es solo un grupo de alimentos con unos nutrientes determinados, también, y fundamentalmente, es un modo de vida. Comer fuera y exponerse al sol, disfrutando y saboreando diferentes recetas de cada región, es otra fuente de vitaminas. Con amigos o en familia, celebrar y compartir una lubina, un rodaballo o una dorada, por ejemplo. Todo eso también es salud. Socializar en la mesa resulta casi tan importante como la composición nutricional de la comida, y forma parte de nuestra seña de identidad cultural.
Según la FAO, el consumo mundial de alimentos derivados de animales acuáticos aumenta a un preocupante ritmo dos veces superior al de la población mundial, y para 2050 se estima que esta alcanzará los 10.000 millones de habitantes. La acuicultura garantiza la presencia de ese alimento
Optar a esas tres o cuatro raciones de pescado a la semana no sería posible sin la acuicultura, el cultivo en mares y ríos de pescados y algas para consumo humano. Más del 50% de los alimentos acuáticos que se consumen provienen de esta actividad, y en el caso concreto de algunas especies el porcentaje alcanza el 90%. Además, para 2030, en apenas cinco años, se prevé que dos de cada tres pescados en las mesas provendrán de los cultivos acuícolas. Estos datos son esperanzadores, ya que representan una garantía de salud y de un futuro responsable y sostenible.
Variedad de especies y oferta todo el año
Esta actividad posibilita también al consumidor el privilegio de disfrutar de una gran variedad de especies. Alternar durante los 7 días raciones de pescado blanco (por ejemplo, un lenguado o una corvina) con otras de azul (como una trucha o atún rojo) es un derroche de salud y un deleite para el paladar que llega gracias a la acuicultura.
El hecho de que sea una actividad que no dependa de la estacionalidad del producto facilita la estabilidad de los precios y que haya una oferta constante de pescado en el supermercado, sin obviar la ventaja de que se trata de un sector que puede anticiparse a épocas de gran demanda. Todo ello respetando el crecimiento y ciclo natural de los peces.
Sin acuicultura, el pescado sería un lujo
Océanos, mares y ríos son una de las principales fuentes de proteína para los seres humanos, pero la responsabilidad con el medio ambiente dice que los recursos naturales no son infinitos. Precisamente para proteger a las poblaciones silvestres y seguir disfrutando de estos productos del mar que proporcionan nutrientes esenciales para el desarrollo humano y la salud, existe desde hace tiempo en todo el mundo las cuotas máximas de pesca permitida.
La acuicultura complementa a la pesca extractiva. Sin su existencia la mitad de la población no tendría acceso al pescado, una escasez que provocaría que estuviéramos semanas sin comerlo, pero que también se vería reflejada en el precio y lo convertiría directamente en un artículo de lujo solo al alcance de algunos privilegiados. Afortunadamente, gracias a la acuicultura, este hipotético escenario, que tendría un impacto negativo en la salud de la población, está lejos de suceder.
Hoy por hoy, se puede decir que hay pescado para todos gracias a la acuicultura.
Garante de la alimentación del futuro
El consumo de pescado en todo el mundo ha crecido a lo largo de los años: se ha pasado de una media de 9,1 kilos por persona al año en 1961 a los 20,7 kilos en 2022. Según el último informe Sofía (Estado Mundial de la Pesca y Acuicultura 2024) de la FAO, el consumo mundial de alimentos derivados de animales acuáticos aumenta a un preocupante ritmo dos veces superior al de la población mundial, y para 2050 se estima que esta alcanzará los 10.000 millones de habitantes. Todos estos datos abren un gran interrogante: a este ritmo de consumo, ¿habrá pescado suficiente para alimentar a las generaciones del futuro? El mismo océano, si pudiera hablar, diría que solo con la pesca extractiva es inviable. La acuicultura es la actividad clave para garantizar el abastecimiento de productos acuáticos ahora y en el futuro. Gracias a la acuicultura hay y habrá pescado para todos. Y, por tanto, más salud y longevidad para todos.