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Hamburguesas poco hechas: una moda con riesgos para la salud
Dos brotes recientes nos recuerdan la importancia de conocer y controlar los riesgos asociados al consumo de carne picada poco hecha, una moda que puede comprometer la salud.
“¿Cómo le gusta el punto de la hamburguesa?”. Esta pregunta es cada vez más frecuente en muchos establecimientos. En otros ni siquiera preguntan y las sirven directamente poco hechas o casi crudas.
Se supone que es como hay que comerlas para que estén “más jugosas y podamos disfrutar más de su sabor”. Esto es al menos lo que recomiendan algunos gurús de las hamburguesas e influencers gastronómicos que han contribuido a ponerlas de moda. Pero esta tendencia puede suponer un riesgo para la salud. Así lo advierten desde hace tiempo diferentes organismos en todo el mundo, como laFood Standards Agency (FSA) de Reino Unido o la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN).
Dos brotes recientes nos sirven para tenerlo presente. El primero fue registrado en el evento The Champions Burger celebrado en Pamplona, en el que enfermaron al menos 23 personas. El segundo, ocurrido en Estados Unidos, deja por el momento decenas de personas afectadas y una fallecida, y está vinculado al consumo de la popular hamburguesa “cuarto de libra con queso” de McDonald’s. Sobre este último aún se desconocen los detalles, pero la empresa ha retirado la cebolla laminada y las piezas de carne, por ser los ingredientes sospechosos.
¿Qué problema hay?
En estos casos el principal problema que podemos encontrar es la posible presencia de Escherichia coli. Se trata de una bacteria que habitualmente forma parte de la microbiota intestinal de personas y animales, sobre todo de los rumiantes, como el ganado vacuno. La mayoría de las cepas son inofensivas, pero otras pueden causar toxiinfecciones graves en humanos, como ocurre con E. coli productora de toxinas Shiga, también conocida como STEC, por sus siglas en inglés.
Esta bacteria puede llegar hasta una hamburguesa por diferentes vías: la contaminación de la carne de partida (por ejemplo, por malas prácticas en el matadero), la contaminación por una mala manipulación de los alimentos (por ejemplo, si las personas encargadas de elaborar la hamburguesa no se lavan las manos después de ir al baño), o bien, a partir de la contaminación de otros alimentos o utensilios (por ejemplo, una lechuga regada con agua contaminada o una picadora de carne que no se ha limpiado bien).
Puede llegar a ser muy grave
Lo que ocurre cuando se ingiere el alimento contaminado es que, tras un periodo de incubación de tres a cuatro días, la bacteria produce toxinas que generalmente causan cuadros leves, con síntomas como calambres abdominales, vómitos, náuseas, fiebre moderada y diarrea aguda, que suele ser sanguinolenta, ya que esas toxinas dañan el revestimiento intestinal.
En la mayoría de los casos la enfermedad es autolimitada y las personas afectadas se recuperan al cabo de cinco o siete días. Pero en grupos de riesgo (menores de tres años, embarazadas, personas de edad avanzada y personas inmunodeprimidas) pueden surgir complicaciones, como pancreatitis, necrosis intestinal o síndrome urémico hemolítico. Esta última enfermedad puede presentarse sobre todo en población infantil de corta edad, personas de edad avanzada y personas inmunodeprimidas. Causa insuficiencia renal aguda, y es grave, hasta el punto de que puede ser mortal en el 3-5% de los casos.
¿Hasta qué punto es arriesgado?
Recientemente, la Autoridad Alimentaria de Finlandia (Ruokavitasto) realizó un estudio para estimar el número de toxiinfecciones que podrían producirse por la posible presencia de E. coli al consumir hamburguesas poco hechas. Nos ofrece dos datos significativos. Si el 12% de las hamburguesas se sirvieran poco hechas (cocinadas a una temperatura interna de 55 °C) habría 100 casos por cada 100.000 habitantes, mientras que, si todas se sirvieran completamente cocinadas, solamente se registrarían 3 casos por cada 100.000 habitantes (asociados en este supuesto a contaminaciones cruzadas). Otro dato es que si todas las hamburguesas se cocinaran completamente, enfermarían 178 personas al año, mientras que si se sirvieran poco hechas (cocinadas a 55 °C durante seis minutos), el número de casos se multiplicaría por 30.
Hay que considerar que se trata de datos obtenidos a partir de un modelo predictivo, en el contexto de Finlandia. Posiblemente en España los resultados serían diferentes (probablemente peores), porque las condiciones también lo son, sobre todo, en lo que respecta al clima, que, al ser más cálido, favorece el desarrollo de bacterias.
No es igual que comer carne poco hecha
Los riesgos asociados a la posible presencia de E. coli se vinculan al consumo de hamburguesas poco hechas y también a otros platos elaborados con carne picada o troceada que se sirve cruda o poco cocinada, como steak tartar o carpaccio. Pero esto no ocurre con piezas enteras, como solomillo, entrecot o chuletón, incluso aunque se cocinen poco.
En una pieza entera de carne, como las que acabamos de mencionar, la bacteria puede encontrarse solamente en la superficie, así que se elimina durante el cocinado, debido a las altas temperaturas que se alcanzan en esa zona.
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¿Hasta cuándo se puede comer algo si su fecha de consumo preferente ha vencido?
Entender la diferencia entre fecha de caducidad y consumo preferente, así como saber qué alimentos tienen excepciones y cuáles no, es fundamental para evitar las intoxicaciones y el desperdicio alimentario
No entender las fechas nos hace tirar comida
Según un estudio llevado a cabo por la Comisión Europea en 2018, un 10% de los alimentos que tiramos a la basura acaban en el contenedor porque no entendemos la información que nos indica la etiqueta. Los autores de la investigación concluyen que este desperdicio podría reducirse si se abordasen varios frentes relacionados con las fechas que aparecen en los envases. Centrándose en los consumidores, se insiste en que una condición fundamental es que seamos capaces de distinguir entre caducidad y consumo preferente (¿tú lo tienes claro?).
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Otras cuestiones a abordar se escapan de nuestro alcance y se dirigen directamente a la industria. Aquí hago un inciso: la vida útil de un alimento la determina la industria alimentaria que lo fabrica, y también decide si se usa la fórmula “fecha de caducidad” o “consumo preferente”. Esto puede resultarnos sorprendente, pero es lógico: la industria es la que conoce la materia prima con la que trabaja, los procesos, los equipos y materiales, y la que, teniendo todo esto en cuenta y basándose en datos científicos y pruebas de vida útil, puede hacer los cálculos de cuál será la duración estimada del alimento. Salvo excepciones muy contadas, como es el caso del huevo en el que la normativa indica que se debe indicar “fecha de consumo preferente” y que debe establecerse 28 días después de la puesta, para la inmensa mayoría de los alimentos la fecha elegida está en manos del fabricante.La parte de la industria
Entonces, según este estudio, ¿qué podría hacer la industria alimentaria para que no tiremos tantos alimentos por motivos relacionados con la fecha que aparece en la etiqueta? Lo primero y más obvio es que las fechas no solo deben estar presentes, sino también ser claras y legibles. Obligarnos a hacer juegos de manos con los envases dándoles vueltas como si tratásemos de resolver un cubo de Rubik, cuando solo estamos buscando en qué pliegue imposible está la fecha de duración mínima no parece la forma más sencilla de facilitarnos la información.
Otra recomendación es que la fecha indicada se establezca basándose exclusivamente en criterios de calidad y seguridad alimentaria, y no en otros como el marketing, y utilizar las fechas de caducidad -en lugar de las de “consumo preferente”- solo cuando realmente hay razones de seguridad alimentaria que así lo indiquen. No pensemos (siempre) mal. A una parte (mala) de la industria le puede interesar que la vida útil reflejada en la etiqueta sea más corta que la real para que haya mayor rotación de sus productos. Pero la industria alimentaria es heterogénea en mil aspectos: tamaño (y recursos), materias primas o procesos, y no todos los fabricantes tienen capacidad para hacer complejos estudios de vida útil, así que apuestan por ser conservadores y acortar esos plazos o mantener los que se han usado “de toda la vida” para evitar riesgos.
Para abordar este frente y echar una mano a la industria, la EFSA ha publicado una opinión científica con pautas para que se pueda hacer una valoración del riesgo más precisa con un árbol de decisiones para que se elija correctamente el tipo de fecha -caducidad o consumo preferente- en algunos productos, y otro estudio para orientar sobre la información que se debe facilitar al consumidor sobre la conservación del alimento.
También se prevé hacer una revisión de la normativa que regula la información alimentaria ofrecida al consumidor para intentar corregir la confusión entre “consumo preferente” y “caducidad”, aunque se esperaba tener noticias a finales de 2022 y todavía no hay novedades al respecto. Así que mientras esperamos tranquiiiiiiiilamente a que Europa se pronuncie, desde El Comidista vamos a hacer gala de nuestra vocación de servicio público y te vamos a contar todo lo que tienes que saber sobre las fechas que aparecen en los envases y cuándo puedes comer algo pasado de fecha sin jugarte la vida a la ruleta rusa.
¿Pero es que hay dos tipos de fechas?
Es posible que estés tan perdido como Biden en una convención internacional y ni te hayas dado cuenta de que hay dos formas distintas de expresar la vida útil de un alimento. Repasito rápido. Por una parte, tenemos la “fecha de caducidad” que se utiliza con alimentos que microbiológicamente son muy perecederos. Aquí nos ponemos serias porque ya no nos habla de la calidad, sino de la seguridad: efectivamente, si te lo comes pasado ese plazo -que suele ser corto, generalmente unos días- puedes sufrir una toxinfección alimentaria.
Te la encuentras en loncheados, ensaladas en bolsa lavada, carne y pescado envasado, bollería rellena o platos preparados listos para comer. Si ha pasado la fecha de caducidad no hay duda posible: NO TE LO COMAS. “¿Y se ha pasado la “fecha de caducidad” pero huele bien, sabe estupendamente y tiene buen aspecto?” Lamento muchísimo decirte que en alimentos que llevan fecha de caducidad no es un indicativo de que el alimento esté en buen estado. Si lleva fecha de caducidad no puedes fiarte de tus sentidos.Esto se debe a que nos encontramos con dos tipos de microorganismos que pueden contaminar los alimentos; microorganismos alterantes, que deterioran el producto y hacen que aparezcan esos sabores, colores o aspecto anómalos -que son muy útiles porque te hacen rechazar el alimento sin mirar atrás-; y microorganismos patógenos, que son los que nos pueden producir esas toxinfecciones alimentarias, ya sea porque nos comemos el microorganismo vivo o porque ingerimos las toxinas que ha ido dejando en el alimento, pero no tienen por qué cambiar en absoluto las propiedades organolépticas del alimento. Sí, los patógenos son traicioneros y mezquinos. Es lo que ocurre con la famosa Salmonella, la tristemente conocida Listeria o las toxinas de Bacillus cereus: la tortilla, el salmón ahumado o el arroz están bien cargaditos de bacterias o de toxinas, pero tu paladar es incapaz de detectarlo, ¡saben de muerte! (a veces, literalmente).
Por otro lado, la fecha de duración mínima es equivalente a lo que llamamos fecha de consumo preferente. Se indica mediante la expresión “consumir preferentemente antes de…” y va seguido del día y el mes si el producto dura menos de tres meses, del mes y el año si dura entre tres y 18 meses y solo del año si dura más de 18 meses.
Se utiliza en alimentos que son estables y se relaciona con la calidad del alimento, es decir, el plazo en el que el alimento conserva sus propiedades (textura, aroma, sabor, olor) siempre que se haya almacenado bien. Es la que te encuentras en alimentos congelados, latas y botes, galletas, gran parte de la bollería (salvo la que tiene rellenos), pan envasado, leche o bebidas vegetales con tratamiento UHT, etcétera.
A efectos prácticos esto se traduce en que puedes comerte el alimento pasada esa fecha sin que corras riesgo de sufrir una intoxicación alimentaria (a ver, tampoco nos pasemos, hablamos de exceder la fecha un plazo razonable, más abajo te hablo de ello). Sí, las galletas pueden estar más blandengues y es posible que las alcachofas congeladas estén un poquito tiesas, pero no vas a morirte si les hincas el diente.
¿Cuál es el plazo para comerte algo “pasado de fecha”?
- Hasta un año pasada la fecha: pasta seca, arroz, legumbres secas, productos en lata o bote esterilizados (pescados, legumbres, hortalizas…), mermelada, preparados en polvo bajos en grasa (café soluble, gelatina…), café, té, sal, azúcar, harina, alimentos poco grasos ultracongelados (en congelador de 4*), chocolate en tableta.
- Hasta tres meses pasada la fecha: salsas envasadas, pasta seca rellena, galletas, cereales, pan tostado, agua y bebidas refrescantes con azúcar, preparados en polvo con grasa (sopas instantáneas, leche en polvo -esto no se aplica a la leche de fórmula infantil-), margarina y mantequilla, aceite, quesos madurados, golosinas rellenas, salsas, leche y otras bebidas UHT, alimentos congelados en general, snacks tipo patatas fritas, chocolate relleno y bombones, jamón curado y embutido curado no loncheado.
- Hasta un mes: bebidas refrescantes sin azúcar, bollería sin relleno como magdalenas, loncheados de embutidos curado y jamón curado.
- Hasta 15 días: yogur.
- Hasta una semana: pan de molde.
Hora de hacer repaso a la despensa. Te doy un truco infalible: si tiene la etiqueta del precio pegada y está en pesetas, es el momento de tirarlo. Y como norma general en cuanto a seguridad alimentaria: ante la duda, ¡a la basura! Que el desperdicio alimentario se combate con planificación -comprar lo que vayas a comer, cocinar cantidades adecuadas- y trucos de organización como colocar hacia adelante lo que ya tenías en la despensa y poner detrás lo que acabas de comprar, reaprovechar las sobras o congelar etiquetando la fecha, pero nunca corriendo riesgos.
¿Cuáles son los alimentos más peligrosos para la salud según la ciencia?
En la búsqueda de un estilo de vida saludable, la atención de los expertos se centra en identificar y eliminar los alimentos más perjudiciales para la salud. La Revista Médica Herediana destaca que tanto los ultraprocesados como los alimentos naturales con componentes desencadenantes pueden contribuir a enfermedades crónicas no transmisibles. En este contexto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recalca que el consumo inadecuado de alimentos es un factor de riesgo para condiciones como hipertensión, diabetes, obesidad y enfermedades cardiovasculares.
Un estudio publicado en la revista JAMA revela que el elevado consumo de alimentos ultraprocesados está asociado a un mayor riesgo de mortalidad. La frase «que el alimento sea tu medicina» adquiere más relevancia que nunca, enfatizando la importancia de adoptar hábitos alimenticios saludablespara prevenir enfermedades.
Dentro de los alimentos señalados por la ciencia como perjudiciales, se encuentran las gaseosas y bebidas azucaradas. La Revista Chilena de Nutrición destaca su relación con el aumento del sobrepeso y la obesidad, así como el riesgo de diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. La Asociación Americana del Corazón aconseja limitar su consumo a450 calorías por semana. Asimismo, las grasas trans, presentes en productos ultraprocesados, son señaladas como factores de riesgo para eventos cardiovasculares y deterioro cognitivo.
La alta ingesta de azúcar refinada o adicionada también preocupa a los expertos, relacionándose con diversas condiciones como sobrepeso, obesidad, diabetes y enfermedades mentales. La National Academies Press sugiere regular el contenido de azúcar en alimentos procesados, en línea con las nuevas recomendaciones de la OMS que establecen un límite del 5% del valor calórico total. Asimismo, las grasas saturadas, vinculadas al aumento del colesterol y riesgo cardiovascular, son motivo de preocupación según diversos estudios científicos.
El glutamato monosódico (GMS), un potenciador de sabor presente en alimentos procesados, ha sido asociado con obesidad, toxicidad del hígado, diabetes y neurotoxicidad. Investigaciones indican su vinculación con problemas de salud mental, como depresión y esquizofrenia, lo que destaca la necesidad de una mayor regulación en su uso. Por último, ciertos pescados con altos niveles de mercurio, como el tiburón, el atún y el pez espada, plantean riesgos para la salud, especialmente en mujeres embarazadas y niños, según la Asociación Española de Pediatría.
En definitiva, mantener una alimentación saludable implica evitar o reducir el consumo de estos alimentos señalados como los más peligrosos para la salud. La clave está en adoptar hábitos alimenticios conscientes y preferir productos naturales o mínimamente procesados, una elección que se traduce en beneficios a largo plazo para la salud.
Alerta alimentaria por salmonella en una marca de croquetas: estos son los lotes afectados
a AEMPS emitió una alerta por la posible presencia de salmonella en varios lotes de una popular marca de croquetas congeladas.
Ordenan retirar los lotes de huevo y yema líquidos de Ovapack por la presencia de salmonela
La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) ha informado en un comunicado de alerta alimentaria de la posible presencia de salmonella en croquetas congeladas de la marca Las Croquetas de Fer, en todas sus variedades.
Según ha informado la administración sanitaria, la alerta ha llegado a través del servicio de salud de la Comunidad Autónoma de Extremadura. Los lotes afectados se habrían comercializado en Andalucía, Islas Baleares, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Extremadura, Cataluña, Comunidad Valenciana, Galicia, La Rioja y Comunidad de Madrid, aunque desde la AESAN no descartan que se pueda haber redistribuido en otras comunidades.
Todos los lotes afectados por la alerta de la AEMPS
Los lotes afectados por la posible presencia de salmonella son todos los elaborados entre el 13/09/2024 y el 15/10/2024 y confecha de consumo preferente entre el 13/03/2026 y el 15/04/2026, según explicó la AESAN. La información ha sido trasladada a las autoridades competentes de las comunidades para la retirada de las croquetas del punto de venta.
La AESAN recomienda a las personas que tengan en su domicilio el producto afectado por esta alerta, se abstengan de consumirlo, y a quienes lo hayan podido hacer, acudir a un centro de salud si presentan síntomas compatibles con la salmonelosis (principalmente diarrea y / o vómitos acompañados de fiebre y dolor de cabeza).
Alerta alimentaria por salmonella en una marca de croquetas: estos son los lotes afectados
¿Hasta cuándo se puede comer algo si su fecha de consumo preferente ha vencido?
Entender la diferencia entre fecha de caducidad y consumo preferente, así como saber qué alimentos tienen excepciones y cuáles no, es fundamental para evitar las intoxicaciones y el desperdicio alimentario
¿Pero es que hay dos tipos de fechas?
Es posible que estés tan perdido como Biden en una convención internacional y ni te hayas dado cuenta de que hay dos formas distintas de expresar la vida útil de un alimento. Repasito rápido. Por una parte, tenemos la “fecha de caducidad” que se utiliza con alimentos que microbiológicamente son muy perecederos. Aquí nos ponemos serias porque ya no nos habla de la calidad, sino de la seguridad: efectivamente, si te lo comes pasado ese plazo -que suele ser corto, generalmente unos días- puedes sufrir una toxinfección alimentaria.
Te la encuentras en loncheados, ensaladas en bolsa lavada, carne y pescado envasado, bollería rellena o platos preparados listos para comer. Si ha pasado la fecha de caducidad no hay duda posible: NO TE LO COMAS. “¿Y se ha pasado la “fecha de caducidad” pero huele bien, sabe estupendamente y tiene buen aspecto?” Lamento muchísimo decirte que en alimentos que llevan fecha de caducidad no es un indicativo de que el alimento esté en buen estado. Si lleva fecha de caducidad no puedes fiarte de tus sentidos.
Esto se debe a que nos encontramos con dos tipos de microorganismos que pueden contaminar los alimentos; microorganismos alterantes, que deterioran el producto y hacen que aparezcan esos sabores, colores o aspecto anómalos -que son muy útiles porque te hacen rechazar el alimento sin mirar atrás-; y microorganismos patógenos, que son los que nos pueden producir esas toxinfecciones alimentarias, ya sea porque nos comemos el microorganismo vivo o porque ingerimos las toxinas que ha ido dejando en el alimento, pero no tienen por qué cambiar en absoluto las propiedades organolépticas del alimento. Sí, los patógenos son traicioneros y mezquinos. Es lo que ocurre con la famosa Salmonella, la tristemente conocida Listeria o las toxinas de Bacillus cereus: la tortilla, el salmón ahumado o el arroz están bien cargaditos de bacterias o de toxinas, pero tu paladar es incapaz de detectarlo, ¡saben de muerte! (a veces, literalmente).
Por otro lado, la fecha de duración mínima es equivalente a lo que llamamos fecha de consumo preferente. Se indica mediante la expresión “consumir preferentemente antes de…” y va seguido del día y el mes si el producto dura menos de tres meses, del mes y el año si dura entre tres y 18 meses y solo del año si dura más de 18 meses.
Se utiliza en alimentos que son estables y se relaciona con la calidad del alimento, es decir, el plazo en el que el alimento conserva sus propiedades (textura, aroma, sabor, olor) siempre que se haya almacenado bien. Es la que te encuentras en alimentos congelados, latas y botes, galletas, gran parte de la bollería (salvo la que tiene rellenos), pan envasado, leche o bebidas vegetales con tratamiento UHT, etcétera.
A efectos prácticos esto se traduce en que puedes comerte el alimento pasada esa fecha sin que corras riesgo de sufrir una intoxicación alimentaria (a ver, tampoco nos pasemos, hablamos de exceder la fecha un plazo razonable, más abajo te hablo de ello). Sí, las galletas pueden estar más blandengues y es posible que las alcachofas congeladas estén un poquito tiesas, pero no vas a morirte si les hincas el diente.
Caducidad secundaria: la tercera en discordia
Sobra decir que la duración que se indica en la etiqueta solo sirve mientras el alimento esté cerrado, ¿verdad? Una vez que se abre el bote, el blíster, el brick o lo que sea nos olvidamos de esa fecha. No vaya a ser que, como en la lata pone que las sardinillas tienen marcado 2028 como consumo preferente, pienses que ese es el tiempo que te van a durar las que te han sobrado de la ensalada de hoy.
Sí, por si teníamos poco con dos tipos distintos de fechas, tenemos todavía otra más para complicar el panorama: la caducidad secundaria. Es la que nos indica lo que dura el alimento una vez abierto el envase. Te la encuentras con fórmulas como “una vez abierto conservar en el frigorífico y consumir en un plazo de tres días”. No es obligatorio que el fabricante la ponga, así que, si no dice nada, ten en mente que la mayoría de los alimentos abiertos te van a durar unos tres o cuatro días en la nevera.
La alimentación se rebela contra el veto europeo a los envases de plástico en frutas y verduras
Nuevo frente de batalla entre Bruselas y el sector alimentario y de gran consumo. Tras la oleada de protestas de los agricultores, la propuesta europea de un nuevo Reglamento de Envases y Residuos de Envases ha puesto en pie de guerra a toda la cadena. Un total de trece organizaciones empresariales, entre las que se encuentran Aecoc, Anged, Asedas, Fiab, Marcas de Restauración, Cooperativas Agroalimentarias, Asaja y Coag, entre otras, han mostrado su inqueitud ante las nuevas reestricciones que pueden aprobarse.
Una de las mayores preocupaciones radica en las limitaciones específicas para el envasado de frutas y hortalizas, ya que, según estas organizaciones, «se está realizando de una manera discriminatoria, desproporcionada y contraproducente para un sector tan importante para nuestro país». El pasado día 5 de febrero se inició la negociación entre la Comisión, el Parlamento y el Consejo Europeo en los denominados trílogos y la última propuesta que hay sobre la mesa establece la prohibición de usar envases de plástico en paquetes que pesen menos de un kilo.
En España, el Real Decreto de Envases y Residuos de Envases establece ya que en los comercios minoristas de alimentación las frutas y hortalizas se presentarán sin plásticos, salvo para lotes de 1,5 kilos o más y para aquellas que se envasen bajo una variedad protegida o que cuenten con una indicación de calidad diferenciada o de agricultura ecológica. Eso, además de aquellas que presentan un riesgo de deterioro o merma cuando se venden a granel. El problema es que, ante la falta aún de una orden por parte del ministerio de Agricultura, para regular las excepciones la aplicación de la medida está paralizada.
Seguir una dieta saludable reduce el riesgo de sufrir síntomas de depresión
Comer bien y de forma saludable puede tener un efecto protector ante la depresión, según un estudio publicado en la revista European Journal of Nutrition que ha liderado el Instituto de Investigación del Hospital del Mar. El trabajo ha hecho seguimiento de personas registradas en el Registre Gironí del Cor (REGICOR) para evaluar el impacto de cuatro tipos de dietas saludables sobre el riesgo de sufrir síntomas depresivos o de recibir un diagnóstico de depresión, un trastorno que afecta a una de cada diez personas en Cataluña. El estudio ha contado con la participación de investigadores del CIBER de Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBEROBN) y del CIBER de Enfermedades Cardiovasculares (CIBERCV) y del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).
El trabajo ha analizado la puntuación obtenida por los participantes en el seguimiento de cuatro tipos de dieta, una de dieta mediterránea, otra para prevenir la hipertensión, una tercera, vegetariana y una última recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Todas coinciden en determinados grupos de alimentos, como fruta, verdura y legumbres y la limitación de la ingesta de carne roja y procesada, pero hay diferencias en relación al peso del pescado, de los lácteos, o del azúcar en sus recomendaciones de ingesta de alimentos.
En el estudio se han tenido en cuenta a más de 3.000 personas. Se disponía de datos sobre su dieta y se les hizo seguimiento durante seis años. Al final del periodo, se les sometió a un cuestionario para determinar si presentaban síntomas de depresión. Un 6% (184) tenían y menos del 2% sufrían depresión severa.
Los datos del estudio demuestran que una mejor adherencia a cualquiera de las dietas analizadas es un factor protector ante la depresión. «Cuanto mejor es la dieta, menos riesgo de desarrollar depresión se detecta», apunta Camille Lassale, investigadora del Instituto de Investigación del Hospital del Mar. En este sentido, la dieta mediterránea es la que obtiene mejores registros. Así, incrementar la adherencia a la dieta mediterránea reduce en un 16% el riesgo de sufrir síntomas de depresión. Es el equivalente de pasar de no cumplir una de las recomendaciones de la dieta a incorporarla. Un factor totalmente independiente de otros como el estilo de vida, el peso corporal, la salud o el nivel sociodemográfico de los participantes.
A la vez, un segundo análisis de los datos con cerca de 5.000 personas, esta vez teniendo en cuenta los datos del Programa de analítica de datos para la investigación y la innovación en salud (PADRIS) de la Agència de Qualitat i Avaluació Sanitàries de Catalunya (AQuAS), permitió asociar directamente dieta y diagnóstico de depresión, identificando un 5,45% de nuevos casos en un seguimiento de 12 años. En esta ocasión, el riesgo era un 19% más bajo si se tenía en cuenta la dieta saludable propuesta por la OMS.
«La depresión tiene muchos factores de riesgo, algunos no modificables, pero hay factores, como es el caso de la dieta u otros, que sí que se pueden modificar y se puede plantear algún tipo de intervención. Modificar la dieta no acabará con la depresión, pero puede tener un papel importante y ser un factor de intervención, de forma conjunta con otros», apunta Gabriela Lugon, también investigadora del Hospital del Mar y médica residente de la Unidad Docente de Medicina Preventiva y Salud Pública del Hospital del Mar, la Universitat Pompeu Fabra y la Agencia de Salud Pública de Barcelona. Las autoras del trabajo piden a los profesionales de la salud mental que tengan en cuenta este factor a la hora de abordar la situación de las personas con un diagnóstico de depresión. «Los profesionales de la salud deberían tener en cuenta que la actividad física y la dieta no solo ayudan a la salud física, sino que también tienen un impacto en la salud mental», explica Camille Lassale.
Ante este hecho, el Dr. Víctor Pérez, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital del Mar, y que no ha participado en el trabajo, apunta que «cada vez tenemos más información sobre la interacción entre la dieta y la alimentación y los trastornos mentales. Por este motivo, es de especial interés llevar a cabo estudios como estos».
En este sentido, apuntan a la necesidad de políticas públicas que faciliten el acceso a una alimentación saludable y equilibrada al conjunto de la población. Pero, a la vez, piden que no se atribuya el hecho de sufrir un trastorno mental al comportamiento del paciente para evitar estigmatizarlo.
El motivo por el que debes comer dátiles a diario: la poderosa fruta del desierto
En el vasto y árido desierto, donde la vida parece desafiar las condiciones extremas, surge una fruta que ha sido venerada durante siglos por sus propiedades nutritivas y medicinales: el dátil. Esta fruta, que crece en las palmeras datileras, no solo es un manjar delicioso, sino también un alimento cargado de beneficios para la salud que lo convierten en un complemento ideal para la dieta diaria.
Los dátiles han sido una parte integral de la dieta en las regiones desérticas durante miles de años. Su capacidad para proporcionar energía rápida y sostenida, junto con una amplia gama de nutrientes esenciales, los ha hecho indispensables en la alimentación de las poblaciones que habitan estas áreas. Pero, ¿qué hace que los dátiles sean tan especiales y por qué deberíamos considerar incluirlos en nuestra dieta diaria?
Los dátiles son una fuente rica de varios nutrientes esenciales. Contienen altos niveles de fibra, lo que ayuda a mantener un sistema digestivo saludable y previene el estreñimiento. Además, son una excelente fuente de potasio, un mineral crucial para la función muscular y la regulación de la presión arterial. También contienen magnesio, cobre, manganeso y vitamina B6, todos ellos importantes para diversas funciones corporales.
Uno de los beneficios más destacados de los dátiles es su capacidad para proporcionar energía rápida. Esto se debe a su alto contenido de azúcares naturales, como la glucosa, la fructosa y la sacarosa. Estos azúcares son fácilmente digeribles y pueden proporcionar un impulso de energía casi inmediato, lo que los convierte en un excelente snack para antes o después del ejercicio físico.
La fibra dietética presente en los dátiles no solo ayuda a prevenir el estreñimiento, sino que también promueve la salud del intestino al alimentar a las bacterias beneficiosas en el tracto digestivo. Esto puede ayudar a prevenir enfermedades digestivas y mejorar la absorción de nutrientes.
Los dátiles también son ricos en antioxidantes, que son compuestos que ayudan a proteger las células del cuerpo contra el daño causado por los radicales libres. Los antioxidantes presentes en los dátiles incluyen flavonoides, carotenoides y ácido fenólico, todos ellos conocidos por sus propiedades antiinflamatorias y protectoras contra enfermedades crónicas como el cáncer y las enfermedades cardíacas.
FUENTE:
Esta fruta es un potente antioxidante que mejora tu memoria, sacia y mantiene la piel sana y bonita
No es necesario invertir en caros y exóticos superalimentos para darle al cuerpo lo que necesita. Una nueva investigación destaca los beneficios de comer un puñado de arándanos
Los arándanos tienen un índice glucémico bajo y un alto poder antioxidante.
Lo cierto es que su composición y valor nutricional son un tesoro para nuestra salud, y además, los arándanos son bajos en calorías, 100 gramos de nos aportan 46 calorías. No dejan de aparecer estudios que revelan sus efectos beneficiosos para la salud, incluso algunos investigadores los han calificado de “la fruta del siglo XXI”.
Se pueden comprar frescos, congelados, desecados, prensados, en zumo o gelatina. La mayoría de expertos coincide en que los congelados mantienen las vitaminas y antocianinas. En cambio, los desecados y los calentados para elaborar mermelada o zumo pasteurizado pierden mucha vitamina C. Suelen tomarse de postre, pero también en zumos u otras preparaciones para el desayuno. Las combinaciones con frutas siempre dan buen resultado. Se puede optar por frutos rojos, como fresas, frambuesas o grosellas, o elegir un contraste con mango, manzana, o piña.
Fuente: https://www.elmundo.es/vida-sana/bienestar/2024/08/12/66b232abe4d4d88e778b4573.html
A menos calorías, más años, pero con matices: un estudio indaga en la compleja relación entre ayuno y longevidad
Un análisis realizado con un millar de ratones genéticamente diversos con distintos tipos de dietas de restricción calórica y ayuno intermitente muestra que los posibles beneficios de estas intervenciones son más complejos de lo que se pensabaUn análisis realizado con un millar de ratones genéticamente diversos con distintos tipos de dietas de restricción calórica y ayuno intermitente muestra que los posibles beneficios de estas intervenciones son más complejos de lo que se pensaba
Consumir menos calorías puede llevar a vivir más años. La idea ha sido repetida con insistencia en los últimos tiempos, pero podría ser mucho más compleja de lo que se creía y la genética tendría un papel fundamental. Así lo explica un completo estudio realizado en casi 1.000 ratones genéticamente diversos que se publica este miércoles en la revista científica Nature. Aunque la restricción calórica demostró alargar la vida en todos los roedores, los efectos sobre su salud no siempre fueron iguales. Los datos aportan matices, detalles y nuevos conocimientos sobre la compleja relación entre restricción dietética y longevidad.
“La restricción de calorías empezó a demostrar extender la vida útil de los roedores en la década de 1930″, explica en conversación telefónica Gary Churchill, genetista del Jackson Laboratory (Maine, Estados Unidos) y autor principal del estudio junto al biólogo Andrea di Francesco. Desde entonces, la restricción calórica también ha demostrado prolongar la existencia de muchos otros seres, desde gusanos hasta macacos (aunque de forma modesta), y se ha convertido en el Santo Grial de la eterna juventud. Pero tras los grandes titulares aparecieron los matices. “A principios de la década de 2010, se empezó a ver que no todos los antecedentes genéticos se benefician igual de esta restricción”, continúa Churchill. Fue entonces cuando empezó a idear el estudio que ahora ve la luz.
El actual trabajo quería probar hasta qué punto la genética podía condicionar los resultados, así que sometió a 960 ratones hembra genéticamente diversos a cinco intervenciones diferentes. Unos tendrían una dieta normal; otros, una reducción de la ingesta calórica del 20%; y los últimos, de hasta el 40%. Hubo dos grupos de ratones que se sometieron a una dieta de ayuno intermitente, en la que los roedores estaban sin comer uno o dos días consecutivos por semana. A continuación, los autores recopilaron datos de unas 200 evaluaciones de rasgos inmunitarios, sanguíneos, metabólicos, funcionales y conductuales. Y los cruzaron.
Descubrieron así que “la restricción dietética aumentaba la esperanza de vida de los ratones en general”. Incluso en aquellos que se sometieron al plan más estricto de reducción de un 40% de su dieta normal, lo que sorprendió a los investigadores. “Es una restricción extrema. Pero no hubo ningún indicador de que algo fuera mal, aparte de que los ratones eran más pequeños de lo normal”. Los investigadores también constataron que los efectos de la restricción calórica en la esperanza de vida eran distintos no solo según el tipo de dieta seguida, sino según la edad, la ascendencia genética e incluso la resistencia del ratón a su nueva situación.
Ponerse a dieta y no adelgazar puede resultar frustrante para millones de humanos, pero en el caso de los ratones, este hecho demostró estar relacionado con un mayor incremento de la esperanza de vida. “Los animales que fueron capaces de mantener sus grasas corporales y sus niveles de glucosa altos, vivieron más. Y mi suposición aquí es que estos animales tienen una resiliencia intrínseca”, explica Churchill. “Estas intervenciones son estresantes y los animales que están perdiendo peso te están demostrando que responden negativamente a la dieta. En este sentido, las dietas simplemente revelan algo sobre la naturaleza del animal”, añade.
Otro caso en el que una mayor grasa parecía tener un efecto protector fue en los roedores de avanzada edad. Muchos mamíferos, cerca del final de su vida, empiezan a bajar de peso. A veces es la señal de que tienen alguna enfermedad, pero otras es un simple proceso de desgaste, da la sensación de que el anciano se esté consumiendo. Esto nos sucede a los humanos. “Y a los ratones”, señala el genetista, “unas semanas antes de morir empiezan a adelgazar. La capacidad de mantener la adiposidad más allá de lo normal, a una avanzada edad, es un indicador de que todavía están sanos”.
Solemos pensar, de forma intuitiva, que una dieta estricta puede aumentar la esperanza de vida, principalmente, por mejorar la salud cardiovascular. Pero es un proceso más complejo. En este estudio constataron como “la reducción de la grasa corporal y de los niveles de azúcar en sangre, no estaban necesariamente correlacionados con una mayor esperanza de vida”. Es decir, que no es que los ratones vivieran más por no tener problemas relacionados con el sobrepeso. Había algo más que se escapaba a los análisis. “Hay algunas buenas hipótesis al respecto”, reflexiona Churchill. “Por ejemplo, la limitación de calorías cambia el funcionamiento interno de una célula, aumenta el reciclaje celular y la autofagia”. Este término, que significa literalmente “comerse a sí mismo”, sirve para explicar el proceso por el que las células queman sus componentes innecesarios o dañados para producir energía. Esto serviría para limpiar nuestro cuerpo a nivel celular. Hay mucha literatura científica que sugiere que la autofagia podría alargar la esperanza de vida.
No es el caso de este análisis. “Podemos sospecharlo, pero no hicimos estudios a nivel molecular”, explica Churchill. El especialista es cauto a la hora de trasladar sus resultados con ratones al entorno médico. “De momento, los estudios que se han realizado en humanos sobre la restricción calórica y el ayuno intermitente se centran en los efectos metabólicos. Son cosas importantes, pero no creo que a corto plazo veamos que se demuestre que estas dietas extienden la esperanza de vida de las personas”, lamenta. Un metaanálisis de la literatura científica preexistente, publicado por la revista Science, destacaba en 2021 como, a pesar de la cantidad de estudios en animales, “no es posible saber si las dietas de restricción calórica afectan al envejecimiento biológico de las personas”.
Marina García Macía, bióloga del Instituto de Investigación Biomédica de Salamanca, valora positivamente el presente análisis, en el que no ha trabajado. Considera que es “un gran estudio, largo” y con algunas conclusiones “novedosas”. Valora positivamente el gran número de roedores utilizados y el hecho de que sean hembras. Los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos empezaron a recomendar hace una década que hubiera paridad en el sexo de los ratones usados en experimentos, pues estos solían ser machos en porcentajes que en algunos campos (como el estudio del dolor) rondaban el 80%.
Los resultados del presente estudio son muchos, a veces ligeramente contradictorios y en ocasiones contraintuitivos. En cualquier caso, están de acuerdo con la literatura científica anterior, pero matizan y restan entusiasmo a algunos mantras que se llevan años repitiendo. Puede que las restricciones en la alimentación tengan una relación clara con la esperanza de vida. Pero esta relación es más compleja de lo que se pensaba hasta ahora. Blanco coincide con esta idea y hace una reflexión sobre la forma de valorar la ciencia en el mundo académico y periodístico. “Creo que no tener unas conclusiones muy rotundas es más sabio”, apunta. “Estamos acostumbrados a que todo lo que se tiene que publicar sea excesivamente positivo. Parece que todos fuéramos a curar X enfermedad con nuestras ideas. Y la realidad no es así. En la investigación hay datos positivos y datos negativos, es mejor enseñarlo todo y razonar sobre ello”.